TALLER: GESTIÓN EMOCIONAL
CLASE 2
Engramas
Los engramas son patrones de estimulación específicos ubicados en el cerebro que almacenan información concreta del medio externo o interno que se ha captado a través de nuestros sistemas sensoriales. Otras terminologías para referirse al mismo concepto pueden ser patrón de activación, bucle neuronal o subsistema neuronal
(Montserrat, 2001).
El término “engrama” proviene del griego en (en) y gramma (letra, escritura). Un engrama es una marca orgánica sobre el tejido nervioso que se ha producido debido a un estímulo en el pasado y que conforma el soporte material de su recuerdo. Es una estructura de interconexión neuronal estable. La redes neuronales establecen sistemas inconscientes y mecánicos de comunicación entre las distintas regiones cerebrales. Se pueden establecer engramas con todo tipo de experiencias siempre y cuando hayan sido seleccionadas como relevantes para nosotros, tanto si son consideradas como peligrosas para nuestra supervivencia, como si son importantes para nuestro bienestar. Por ejemplo, como cuando olemos un perfume y ese olor nos transporta a nuestra infancia.
El engrama pertenece a la mente reactiva e inconsciente, donde se almacenan dolores, sensaciones, palabras, hechos, lugares, ruidos, etc. Un engrama nos predispone a tener una sensibilidad especial frente a situaciones determinadas, ante las que reaccionamos con una respuesta inconsciente memorizada anteriormente.
Cuando experimentamos un impacto emocional, nuestro inconsciente lo graba con todos los detalles. Podemos generar un engrama aunque nos quedemos inconscientes. Registrar todos los estímulos sensoriales que se asocian a una situación de «peligro»
supone un mecanismo biológico básico de supervivencia. Gracias a estos engramas y al bloqueo neuromuscular que lo acompaña, podemos descubrir qué otra escena puede estar relacionada a través de esas submodalidades en particular y, de este modo, identificar el estrés real que tenemos asociado a un estímulo aparentemente «inofensivo». Cuando esto se produce, nuestra interpretación de los hechos es diferente
y, por lo tanto, nuestras conexiones neuronales también cambian. La activación de ciertos engramas (frases, sonidos, olores, etc.) puede generarnos estados emocionales que nuestro razonamiento no alcanza comprender. Por eso, podemos reaccionar desproporcionadamente ante estímulos objetivamente neutros.
Te recomendamos el siguiente video:
Engramas de emoción dolorosa, tu supervivencia y emociones
De este modo, la percepción está determinada en gran medida por nuestros recuerdos. Si estamos ante una situación parecida a otra experiencia anterior, sea agradable o no, nuestra tendencia será reaccionar emocionalmente de forma parecida. Así, lo que llamamos presente es una vivencia repetida de nuestro pasado. El engrama, además, puede contener redes neuronales relacionadas con experiencias ocurridas en nuestra historia familiar.
Un chico refería haberse sentido humillado por un compañero de trabajo. Al indagar mediante la descripción de la escena, descubrimos que la «humillación» había consistido en que su compañero le dijo: “¡Eh chico!, alcánzame ese libro”. En principio, podemos ver cierta desproporción entre la frase literal y la percepción de una grave ofensa. Sin embargo, ayudándonos de esa sensación y viajando hacia atrás en el tiempo, vemos cómo la situación le llevaba a un momento de su infancia donde su tío lo humillaba constantemente delante de su familia, la forma que tenía de llamarlo era, por supuesto, «chico». Puede que siga sin gustarle que lo llamen de esa manera, pero ahora, habiendo tomado conciencia de esto, puede dejar de proyectar su molestia en su interlocutor. Cuando comprende lo que le ocurre, es capaz de expresarlo de una manera asertiva y pacífica, lo cual repercutirá positivamente en sus relaciones. Vemos como, en este caso, la descripción de primer orden —un concepto que se desarrollará más adelante— es primordial para encontrar la verdadera historia.
Una persona entraba en un estado de estrés intenso cuando oía papeles rozándose entre sí (el típico sonido que se produce cuando pasamos las páginas de un periódico). Tras muchos años aceptando su particularidad como algo azaroso, un día decidió indagar en el origen. Durante la sesión, a través de la sensación física, revivió una escena con 4 años de edad en la que iba al hospital a visitar a su abuelo, al cual le quedaban días de vida
por tumores cerebrales irremediablemente extendidos. Cuando llegó, su abuelo llevaba una bata de papel, típica de los hospitales. Estaba tumbado en la cama y comenzó a llorar desconsoladamente mientras lo abrazaba. Era la primera vez que veía a un adulto llorar, además era su abuelo y el contexto era intensamente dramático. Su inconsciente registró el sonido de la fricción entre las sábanas y la bata mientras experimentaba esa situación emocional. Esto le llevó a que, a partir de ese momento y sin saber por qué, tuviese sensaciones muy desagradables al oír sonidos parecidos de nuevo. Tras la toma de conciencia, su grado de reactividad disminuyó notablemente.
En base a los ejemplos anteriores, podemos pensar en algo que nos moleste excesivamente, por muy absurdo o carente de significado que nos pueda parecer. Quizás algún sonido habitual, alguna canción, un olor o una imagen determinada. Podemos prestar especial atención sobre todo a aquellos que nos molesten especialmente a nosotros, y no a los demás. Cada uno de estos estímulos guarda potencialmente una información importante para nuestro desarrollo personal.
Para consolidar algunos de los conceptos y aplicaciones del engrama, recomendamos la visualización del siguiente video
Nuestro “mapa mental” está confeccionado por engramas inconscientes que se activan en determinadas experiencias vitales. No hay que olvidar que el objetivo principal del inconsciente es la supervivencia. Los engramas quedan grabados en forma de estructuras neuronales de reacción automática frente a un entorno concreto. Para aprender a identificar y modificar engramas inconscientes hemos de tener en cuenta que éstos se desencadenan en una situación muy concreta. Debemos identificarla específica y objetivamente, sabiendo en todo momento que es la experiencia subjetiva de la persona –su interpretación de lo que sucede–, la que desencadena la reacción automática de su organismo. Por este motivo, el método de la Bioneuroemoción, se apoya en la descripción objetiva de la situación de estrés que permite encontrar los elementos del engrama y deshacer la interpretación. Una vez identificada la situación activadora de forma objetiva, podemos buscar escenas anteriores en las que se ha memorizado esta información frente a un ambiente similar.
Filtros de percepción
Los filtros son indispensables para percibir la realidad de una forma eficaz, rápida y adaptativa. Son pequeños atajos que usamos, repletos de generalidades, deducciones y creencias inconscientes. Esto no es perjudicial ni negativo mientras no nos cause sufrimiento. Hacer descriptivo lo inferido es de gran utilidad, sobre todo para deshacer una creencia limitante o para reinterpretar alguna situación dolorosa.
El ser humano tiene una forma de entender la realidad, está determinada por el modo en que capta la información y la descifra a través de su sistema neurológico (filtro neurológico). El significado que se asigna a lo que se percibe, vendrá condicionado por el lenguaje que utiliza la persona, la época en la que vive y el comportamiento social de su entorno (filtro social), así como por sus experiencias y gustos personales (filtro individual). Aquí tendríamos la explicación y el sustento de lo que llamamos nuestra proyección. No vemos la realidad objetiva, sino nuestra propia interpretación, que está condicionada por información inconsciente.
• Filtros neurológicos:
Como ya hemos explicado con anterioridad, el individuo percibe la realidad a través de los sentidos, que funcionan como filtros neurológicos y están condicionados por su fisiología.
Este tipo de filtros son los más básicos, la primera fase que deben pasar los estímulos externos para transformarse en información subjetiva. Por filtro neurológico entenderemos todo aquello que tiene que ver con las particularidades de nuestro sistema de percepción. No hay dos personas que perciban la realidad de una forma idéntica en su totalidad. Algunos distinguen más colores (pintores), otros tienen un oído sensible (músicos), quizás un gusto hiper- desarrollado (catadores) o incluso hipersensibilidad en el tacto. La información que recibimos a través de nuestros sentidos se codifica según nuestros sistemas representacionales: visual, auditivo, cinestésico, olfativo y gustativo —a veces se utiliza «cinestésico» para referirse a estos tres últimos—. Esta información se registra, se almacena y va confeccionando nuestro mapa mental.
A través del sentido de la audición, un perro no obtiene la misma información de la realidad que un ser humano; nosotros captamos hasta 20.000 Hz, mientras los perros perciben sonidos de una longitud de onda de 40.000 Hz. Por consiguiente, multitud de vibraciones transmitidas por el aire son captadas por el oído del perro, mientras el oído humano no escucha nada. Asimismo, hay diferencias entre personas que vienen determinadas por la distinta fisiología de su sistema auditivo.
La evolución fuerza a las especies a preparar genéticamente a sus individuos para enfrentarse al medio decidiendo si iniciar la lucha ante una presa o emprender la huida en presencia de un depredador. La decisión ha de ser rápida. Evolutivamente no hay ningún interés en descifrar la realidad en todo su detalle, esto sería una pérdida de tiempo. Es más eficiente generar esa realidad a partir de una pequeña cantidad de información bien seleccionada.
• Filtros sociales y familiares:
Toda la información que perciben nuestros filtros neurológicos ya puede generar en la persona un estado emocional determinado. Pero, a continuación, esta información pasa por los filtros sociales, es decir, la red neuronal que almacena todos aquellos datos relativos a la cultura que nos rodea, las creencias de nuestro sistema social y familar y, en definitiva, todos los elementos que ya nos vienen dados por el entorno en el que nacemos y crecemos. Los filtros sociales pueden dominar sobre los filtros neurológicos y llevar a la «no-expresión» o «negación» del estado emocional generado inicialmente. De este modo, la persona evita entrar en incongruencia con las creencias que posee por imposición social. Como veremos más adelante, (Tema 11: “Las emociones”) aquellas situaciones no superadas o reprimidas, en la mayoría de los casos, tienen que ver con este tipo de filtros. Socialmente, nos permitimos expresar una emoción, pero hay otra subyacente mucho más profunda y biológica que no está siendo atendida ni expresada debido a los condicionamientos sociales.
• Filtros individuales:
Los filtros individuales se pueden resumir en las experiencias vividas durante nuestra edad cronológica. Estas experiencias determinarán luego nuestros pensamientos, sentimientos y creencias. Son los que perfilan nuestra percepción final del mundo, es decir, nuestro mapa mental. En este sentido, la profesora y psicóloga Lisa Feldman (2018) sugiere que esos filtros, cuando somos adultos, están basados prácticamente al completo en predicciones. De acuerdo con esta idea, el cerebro toma la información de la experiencia actual y la compara con experiencias pasadas. Basándose en esas experiencias, puede predecir lo que está sucediendo y no tiene que procesar toda la información novedosa que recibe sino tan solo una parte, ahorrando energía en el proceso.
Basándose en estos datos, la Bioneuroemoción pretende llevar a la persona a explorar la conexión entre la percepción de la experiencia subjetiva que le produce un estrés y otras experiencias estresantes vividas en el pasado en su proceso de desarrollo. A este proceso lo conocemos como resonancia en la edad cronológica.
La filtración selectiva de los datos sensoriales admite unos aspectos y rechaza otros, de manera que la experiencia, tal como se percibe a través de un conjunto de pantallas sensoriales amoldables culturalmente, resulta absolutamente diferente de la que se percibe a través de otro sistema de cedazos culturales. No se puede, por lo tanto, contar con la experiencia como punto estable de referencia, ya que se produce tan solo en un medio que ha sido amoldado, configurado, por el hombre mismo (Edward, 1973).
Es importante tener en cuenta las diferencias entre mapas mentales, puesto que, en ocasiones, podemos juzgar ciertas reacciones de otra persona en base a nuestra interpretación, pero sin considerar que, tal vez, esa misma información tiene sentido desde su mapa mental. Lo que para nosotros puede ser una reacción ilógica tal vez tenga sentido dentro del mapa de esa otra persona. Tal vez, si percibiéramos con sus sentidos, hubiésemos crecido en su entorno y hubiésemos vivido sus experiencias, nuestra reacción sería la misma.
Intención positiva: descripción y percepción
En Bioneuroemoción presuponemos que toda acción que lleva a cabo una persona está guiada u orientada hacia la consecución de algo positivo para esa persona (o para incrementar sus probabilidades de evitar algo negativo). Quizás la acción, al mismo tiempo que genera algún beneficio, tiene consecuencias dañinas para la propia persona, o puede que lastime a otra persona para obtener su propio beneficio. O quizás, hubo un tiempo en el que era una acción útil y adecuada pero, actualmente, ya no produce el resultado deseado. En este apartado analizaremos cómo, según nuestra percepción, podemos elegir entender o no a la persona que tenemos delante. También veremos de qué forma aquello que nos molesta se refleja dentro de cada uno de nosotros.
La intención positiva será siempre respetada, a pesar de su ineficacia para conseguir resultados o cause daño a terceros. Los comportamientos pueden ser perjudiciales para la persona o para su entorno, pero la intención de éstos siempre es positiva. Atendiendo a este argumento, desaparece el juicio sobre si lo que hace una persona está bien o mal. Siempre intentamos conseguir un estado beneficioso a través de nuestras acciones — por más que éstas nos puedan parecer irracionales— aunque no siempre nos llevan a un estado de equilibrio. Debemos entender que el inconsciente es compensatorio para los sesgos del consciente y está conectado con todo el sistema.
Una forma sencilla de acceder a los valores o estados que equivalen a la intención positiva es preguntarse «para qué», es decir, «con qué propósito» o «con qué finalidad». ¿Para qué voy a un sitio? ¿Para qué quiero un coche nuevo? ¿Para qué quiero separarme? ¿Para qué aguanto esta situación? ¿Qué consigo haciendo esto o aquello? Podemos preguntarnos «para qué» las veces que sean necesarias, hasta llegar al fondo de la cuestión. Una vez allí podremos ver qué emociones sustentan nuestros pensamientos y nuestras acciones.
Supongamos una persona que mantiene una relación de violencia en casa, que se pregunta: “¿Para qué aguanto esta situación?”. La respuesta podría ser: “Porque no tengo otra opción” (creencia); al volver a preguntar destacando de nuevo “¿Para qué?”, entonces tal vez conteste: “Para no estar sola” (intención positiva). La siguiente pregunta que se debe de hacer es: “Y cuando no estás sola, ¿qué consigues que es todavía más importante?”. La respuesta podría ser: “Consigo sentir que si entran ladrones me podrán defender”. Otra vez se hace la pregunta: “Cuando consigues convencerte de que si entran ladrones te defenderán, ¿qué consigues?”, en este caso la respuesta podría ser “Seguridad”.
Quizás ya, en este punto, se dé cuenta de que con esta relación tiene cualquier cosa menos seguridad. Esta toma de conciencia la puede llevar a tomar la decisión de actuar, que es de lo que se trata. De esta manera, saldrá de su apatía, del “no puedo hacer nada”, al “a dónde voy”.
Un ejemplo claro para ejemplificar esta dinámica es el de las personas que fuman. Detrás de una acción considerada perjudicial para la salud se esconde una intención positiva. Esta intención positiva puede ir desde tener un espacio para uno mismo hasta conseguir un valor, como la libertad. Cuando fuma, el espacio torácico se expande y equivale a una respiración profunda. Para el inconsciente es un momento de amplitud y expansión que, para muchas personas, es el único del que disponen en su día a día. Por lo tanto, se podría considerar que fumar «no es malo» para la persona y no deberíamos ir en contra de ello. Más bien, se trata de que el cliente llegue a conseguir un estado parecido en su vida (expansión o libertad) con una gama de comportamientos diferentes que resulten menos perjudiciales. Todo ello gracias a la comprensión del sentido que tiene su hábito. Este ejemplo se puede extrapolar a cualquier comportamiento disfuncional que deseemos cambiar.
En última instancia, todos buscamos conseguir un estado en el que nos sintamos completos y seamos felices. Unos considerarán que aquello que les falta para completarse es el reconocimiento de los demás, otros la seguridad por encima de todo, otros la tranquilidad y la paz, otros la libertad…etc. En cada experiencia puede que se necesite algo diferente. A ese estado anhelado lo denominamos Valor o Estado Esencial.
Etimológicamente, «valor» viene de la expresión latina «valere» (ser fuerte). Cuando mencionamos la palabra «valor» nos referimos a las cualidades que nos permiten comportarnos de una forma concreta en una situación determinada. El valor es una herramienta que nos permite llevar a cabo las conductas que deseamos. Por ejemplo, para
decirle a una persona lo que piensas tal vez necesites «confianza», «seguridad» o
«asertividad». Para hacer lo que es correcto en una situación compleja, tal vez necesites
«honestidad», «determinación» o «lealtad». Para poder trascender una situación determinada tal vez necesites «ternura», «creatividad» o «respeto». Es importante tener en cuenta que el hecho de usar palabras nos aleja del significado, es decir, que puede que lo que sea «respeto» para ti, para otra persona no signifique lo mismo. En este caso, lo importante es que la persona lo tenga claro, no es necesario que el concepto sea el mismo para los dos.
Algo a tener en cuenta durante el proceso de indagación es que, depende de la pregunta que planteemos, ésta nos llevará a una dirección u otra. Es decir, la respuesta a un «por qué» normalmente nos llevará a una creencia, la respuesta de un «cómo» nos llevará a una conducta y la respuesta a un «cuándo» o «dónde» nos ayudará a movernos por distintos escenarios. Sin embargo, como hemos señalado, para comprender la intención que hay detrás de un suceso determinado, la pregunta adecuada sería «para qué».
Es importante que la respuesta también comience con un «para…», porque es común que, aún preguntando de esa forma específicamente, la persona lo lleve a su terreno o conteste desde un lugar que ya conoce o se desenvuelve más cómodamente. Cuando respondemos sobre lo que hacemos con un «porque…» nos lleva a un pensamiento en bucle, donde reforzaremos las mismas percepciones e interpretaciones que nos mantienen en el conflicto.
Llegados a este punto, conviene recordar las diferencias entre entender y tolerar. Podemos entender que lo que vivimos es una proyección que habla de nosotros, podemos entender que lo que sucede encierra un aprendizaje que necesitamos en un momento dado de nuestra vida e incluso que, de alguna manera, todos tenemos parte de responsabilidad en alimentar aquello que experimentamos. Sin embargo, entender todo esto, pero seguir faltándose el respeto a uno mismo no sirve absolutamente de nada. Por otro lado, hay personas que tienen muy claro sus límites, su grado de tolerancia y respeto propio son muy adecuados y racionales. No obstante, cuando tan sólo se desarrolla esta faceta pero no se aplica el entendimiento, será fácil caer en los juicios y las acusaciones. No entienden por qué sucede lo que sucede, no hacen introspección, no ven la parte de ellos que hay en lo que sucede. Pero son eficaces y diligentes, delimitando lo que están dispuestos a tolerar o no. Cuando esto sucede, es común que la situación vuelva a repetirse una y otra vez, buscando ser aprovechada, tratando de hacer notar el aprendizaje que encierra. Por este motivo, podemos afirmar que el aprendizaje se produce cuando existe un equilibrio adecuado entre lo que entendemos y lo que toleramos.
Siguiendo con el ejemplo de la relación violenta, podrían suceder los dos supuestos mencionados. La persona puede considerar que su experiencia externa es un reflejo de su estado interno y entender la situación como una oportunidad pero, sin embargo, seguir consintiendo una situación de maltrato sistemático. O bien, puede que cada vez que suceda algo que entienda como falta de respeto culpe a su pareja sin reflexión alguna y tome decisiones drásticas e inmediatas. En ninguno de los dos casos se produce aprendizaje.
Desde la Bioneuroemoción, promovemos la toma de decisiones, pasar a la acción y respetarse desde la conciencia de unidad. Debemos aprender de las relaciones que la vida nos brinda, pero no por ello tenemos que soportar ni consentir actitudes y comportamientos que comprometan nuestra dignidad ni nuestra valía como seres humanos.
LA ESTRUCTURA DE LA PSIQUE
La mente consciente es tan sólo un pequeño porcentaje de la totalidad de la psique. Más profundamente, se halla el inconsciente personal que, a su vez, se abre a la gran extensión del inconsciente colectivo.
El consciente está asociado a la conciencia, que es el acto psíquico a través del cual un sujeto se percibe a sí mismo en el mundo. La conciencia no tiene un correlato físico exacto, sino que está vinculada a la actividad mental y al conocimiento reflexivo de las cosas. La conciencia sólo es accesible para el propio individuo.
El inconsciente es definido por la Real Academia Española como “el conjunto de caracteres y procesos psíquicos que, aunque condicionan la conducta, no afloran en la
conciencia”.
El inconsciente lo controla y lo graba todo y procesa entre un 95% y un 97% de los estímulos sensoriales percibidos. Su prioridad es la de protegernos de cualquier peligro. No atiende a razones, no se detiene a preguntarse si algo está bien o no; ni siquiera se cuestiona la veracidad de las cosas. El inconsciente simplemente actúa y su respuesta debe ser lo más rápida y precisa posible. Para ello, almacena constantemente todos los recuerdos a través de los sistemas sensoriales del organismo.
Por ejemplo, podemos estar viendo una película en la que aparece una escena dramática que nos evoca un recuerdo personal doloroso. Automáticamente, nuestra fisiología se agita y somos capaces de sentir toda una serie de reacciones fisiológicas: la respiración se altera, las manos sudan, el corazón cambia su ritmo y no sabemos muy bien qué nos pasa. El inconsciente no puede razonar ni comprender que estamos tranquilamente sentados en el cine viendo una película. La emoción, en este tipo de procesos, actúa como el vehículo que vincula el inconsciente con nuestra forma de percibir y de entender el mundo que vemos, así como la interpretación que le damos. Sin emoción no hay comunicación con el inconsciente.
Mediante la experimentación científica, se ha analizado cómo responde el cerebro ante ciertos estímulos y se ha podido apreciar que el inconsciente reacciona a los doscientos milisegundos, mientras que el consciente lo hace a los cuatrocientos. Esto implica que, ante cualquier acontecimiento, el inconsciente previene al consciente. John-Dylan Haynes, investigador de la Universidad de Leipzig (Alemania), afirma que nuestras decisiones son codificadas por el inconsciente mucho antes de que nos demos cuenta de nuestra intención. En otras palabras, nuestro inconsciente ya conoce cuál es la decisión que tomaremos, aunque nosotros mismos no la sepamos de forma consciente.
Para llegar a estas conclusiones, Haynes realizó un experimento en el que registró la actividad eléctrica del cerebro mientras sometía a las personas a una prueba muy sencilla: simplemente debían presionar uno de los dos botones que podían elegir. Cuando se les daba la orden de actuar, las personas debían elegir libremente si deseaban presionar el botón derecho o el izquierdo. La decisión consciente de pulsar el botón estaba precedida –en unos cientos de milisegundos– por un potencial negativo del cerebro denominado «preparación potencial» que se origina desde el área motora complementaria. Es decir, nuestro cerebro se preparaba para la acción mucho antes de que la persona tomase conscientemente la decisión, lo cual llevó a Haynes a hipotetizar que nuestro inconsciente toma por nosotros algunas decisiones, quizás muchas más de las que podemos imaginar. (Soon, Brass et al., 2008, p. 543-545).
Cuando un recuerdo tiene una tonalidad emocional intensa, queda guardado en el inconsciente con todos sus matices, generando un engrama determinado. Estos matices se relacionan con precisión gracias a las submodalidades sensoriales, dado que contienen todos los detalles que envuelven dicha situación: un determinado olor, un ruido, una música, una calle oscura, unas voces, una comida, un ambiente o una temperatura determinada. De esta forma, en el caso de una situación dolorosa, cuando el inconsciente detecta estos engramas de nuevo, dispara una reacción biológica para avisarnos de un posible peligro y evitar que la situación aversiva se repita.
El inconsciente reacciona biológicamente, ya sea frente a la caza de un animal (situación real) o frente a la caza de una posición social (situación simbólica). Las reacciones son siempre biológicas, ya que llevamos incorporados programas evolutivos preparados para entrar en acción ante cualquier dificultad que se nos presente.
La Bioneuroemoción comparte la concepción psicoanalista de que los síntomas físicos permiten identificar aspectos ocultos en el inconsciente personal. Desde la Bioneuroemoción, los síntomas no solamente representan una alteración fisiológica, también simbolizan mensajes del inconsciente que pueden ser interpretados para favorecer el desarrollo personal.
Características del inconsciente
Para comprender cómo actúa el inconsciente, debemos tener presentes las cuatro
características fundamentales que lo definen:
• El otro no existe:
Para el inconsciente todo es uno, todo es «yo». La empatía, es decir, la capacidad de ponernos en la situación de los demás y llegar a hacer propio un problema que afecta a otro, es lo que acaba propiciando los conflictos de identificación y proyección. En este sentido, podemos hacer nuestros los problemas de los demás y que nos afecten de la misma manera. Este hecho se debe principalmente a la existencia de las llamadas «neuronas espejo». Al principio se creía que las neuronas espejo sólo servían para lle-
var a cabo aprendizajes, para adquirir conocimientos destrezas a partir de la observacion.
ción (aprendizaje vicario), como cuando las crías de los animales aprenden mediante imitación. Los recientes estudios y los múltiples trabajos que se han realizado desde su descubrimiento, indican que sus implicaciones trascienden, por mucho, el campo de la neurofisiología pura, pues el sistema del efecto espejo sobre el que se rigen dichas neuronas permite hacer propias las acciones, sensaciones y emociones de los demás. Las neuronas espejo son la prueba física de que somos seres sociales y de que la sociedad tiene un papel muy importante en la salud de cada uno de sus miembros.
• La ilusión no existe:
El inconsciente no distingue entre lo real, lo simbólico y lo imaginario. Nos preocupamos por nuestros hijos cuando nos despertamos a las cinco de la madrugada y ellos no están en casa. Pensamos que les puede haber ocurrido algo e, inmediatamente, nuestro cuerpo experimenta toda una serie de reacciones. Nuestro inconsciente se ocupa de lo que sucede en el momento presente y no puede separar lo que ocurre de lo que imaginamos que ocurre. Esta característica también se debe principalmente a la actividad de las neuronas espejo. Giacomo Rizzolatti, el neurocientífico de la Universidad de Parma (Italia) que descubrió las neuronas espejo, sostiene que estas se activan aunque no veamos la acción; solo se requiere una representación mental. Esta afirmación refuerza esta característica del inconsciente: real y virtual es lo mismo.
La Bioneuroemoción parte del principio de que “el otro no existe” para poner especial énfasis en la Conciencia de Unidad y que todo está interrelacionado. Esta presuposición sugiere que aquello que vemos reflejado en los otros ha sido seleccionado por nuestro inconsciente basándose en nuestros juicios, creencias y nuestro “mapa mental”, creando una especie de “ilusión óptica” que tiene más que ver con nosotros mismos que con los demás. A este mecanismo de percepción, le llamamos proyección.
Estudios de Neuroimagen muestran que, al realizar una acción, por ejemplo tocar el piano o comer una manzana, se activan las mismas áreas cerebrales que cuando imaginamos que lo hacemos.
• Es atemporal:
Para el inconsciente el tiempo no existe; solo existe el presente. Una experiencia vivida con una emoción queda grabada y fijada en el espacio-tiempo. Esta es una cualidad muy útil para poder acceder de nuevo a un recuerdo con el fin de gestionarlo de otra manera. Los recuerdos —especialmente los traumas— están siempre congelados en el tiempo, de tal manera que podemos acceder a ese acontecimiento en concreto y revivirlo para cambiar la emoción subyacente. La emoción es el elemento que nos permite viajar al pasado y revivir una experiencia como si estuviera ocurriendo en el presente. Solamente recordamos lo que nos emociona y así es como vamos confeccionando nuestra memoria. A su vez, la memoria determina cómo interpretamos las experiencias que nos ocurren en cada momento. Según lo mencionado en el tema anterior: nuestro estado emocional presente puede ser el principal factor que determina qué y cómo recordamos un suceso en concreto”. (Levine, 2018)
Cuando estamos ante una situación que es parecida a otras anteriores que fueron desagradables o aversivas para nosotros, nuestra tendencia será reaccionar emocionalmente de la misma forma. Por lo tanto, lo que llamamos presente es la vivencia de nuestro pasado. Por eso es tan efectivo viajar mentalmente al pasado y reinterpretar los recuerdos desagradables mediante el cambio de emoción.
• Es inocente:
El inconsciente no juzga, puesto que esta capacidad corresponde al ámbito del consciente. Cualquier concepto que esté supeditado a un juicio de valor —es decir, todo aquello que consideremos que está bien o mal— pertenece al ámbito del consciente. El inconsciente únicamente procesa información, realiza asociaciones y establece condicionamientos entre distintos elementos, con el único objetivo de favorecer nuestra adaptación al ambiente.14
EJERCICIO: CARACTERÍSTICAS DEL INCONSCIENTE
Basándote en las características del inconsciente mencionadas en el texto, realiza el siguiente ejercicio:
– Escoge una situación de conflicto con alguna persona de tu entorno.
– Descríbela en un primer orden de realidad: ¿qué haces o dices tú?, ¿qué hace o dice él/ella?, ¿qué es lo que te molesta de lo que dice o hace esa persona?
– Delante de esta situación, ¿cómo podemos identificar las características del inconsciente?
Puedes observarte a ti mismo desde una posición externa, desde un observador que mira la situación y es capaz de reflexionar sobre ella. Desde ese lugar, pregúntate:
– ¿Qué me estoy haciendo o diciendo a mí mismo? (recuerda que el otro no existe).
– ¿Me recuerda a otra situación del pasado como si fuera la misma? (es atemporal).
– ¿Me sigue afectando pese a ser un recuerdo y, por tanto, no ser real? (real e imaginario es lo mismo).
– ¿Para qué necesito vivir otra vez esta experiencia? (es inocente, solo busca una mejor manera de adaptarse).
Estructura del inconsciente
Tal y como hemos avanzado previamente, el inconsciente puede categorizarse en los siguiente términos:
• Inconsciente personal:
Opera como el almacén de todo lo que le ha sucedido al individuo. Contiene las vivencias y experiencias individuales, los pensamientos, las sensaciones, los deseos y las proyecciones de acciones futuras. En definitiva, contiene todo el material consciente previo que no se encuentra disponible en la mente actualmente porque ha sido olvidado y/o reprimido.
• Inconsciente colectivo:
Está formado por los instintos, la cultura, las religiones, la historia, los mitos, y todo lo que corresponde a los símbolos y conceptos universales, comunes a todos los seres humanos (recordemos las referencias estudiadas en el «Tema 1: Conciencia de unidad» sobre este concepto). Según el psicoanálisis, el hombre nace con una predisposición de su pasado para actuar de cierta manera. A medida que el hombre ha evolucionado a lo largo de los siglos, ha acumulado conocimientos y sentimientos que son recogidos en el inconsciente colectivo y traspasados a las generaciones venideras.
• Arquetipo:
Etimológicamente, arquetipo viene del griego «arjé» (principio, origen) y «typo» (modelar). Según Ken Wilber (2019), en las antiguas tradiciones se consideraban los arquetipos como las primeras formas de manifestación del “Puro Espíritu” en el universo causal. Por lo tanto, podemos definir el arquetipo como una estructura universal de referencia. El arquetipo señala la existencia de determinadas formas en la psique que son omnipresentes y que están diseminadas universalmente. Pueden hallarse, para usar la terminología de Jung, en el «inconsciente colectivo», la «psique objetiva», o inclusive pueden encontrarse codificados en la estructura del cerebro humano.
El arquetipo es un constructo necesario para poder desarrollar nuestra identidad y guiar nuestro proceso de desarrollo. Aunque su forma, disposición y estructura están fijadas previamente y de forma universal, el arquetipo solamente se vuelve visible y gestionable cuando se relaciona con la información individual de cada persona concreta. Aunque existen gran variedad de arquetipos, algunos de los más conocidos y que desarrollaremos más adelante son el ego, la persona, la sombra, el Animus, el
Anima, el padre y la madre (estos arquetipos se explicarán brevemente a lo largo de este tema y se ampliarán en el. Los arquetipos, como verdaderos «órganos» de la estructura psíquica, “se ponen en marcha de manera tan autónoma como órganos físicos y determinan, quizás de modo análogo a los componentes biológicos-hormonales constitucionales, la maduración de la personalidad” (Neumann, 1949).
Los arquetipos se perciben claramente en los sueños, el arte, la literatura, los cuentos y en los mitos que nos parecen profundos, conmovedores, universales y aún en ocasiones aterradores. También podemos reconocerlos cuando observamos nuestras propias vidas y las de nuestros amigos. Al observar lo que hacemos y el modo en que interpretamos lo que hacemos, podemos identificar los arquetipos que informan nuestras vidas. Incluso a veces podemos reconocer los arquetipos dominantes en la vida de alguien mediante su lenguaje corporal. Una persona que se mueve pesadamente, encorvada, como si cada paso constituyera una pesada carga, está poseída por el arquetipo del Mártir, en tanto otra persona cuya vida está dominada por el arquetipo del Guerrero, camina con determinación, su mentón adelantado agresivamente, el cuerpo inclinado hacia delante como si se esforzara por alcanzar una meta.
ESTADIOS DEL DESARROLLO HUMANO
Introducción
“La vida del ser humano se inicia inmersa en un estado psíquico de completa inconsciencia e indiferenciación o, para ser más exactos, de pre- o de no-diferenciación de las polaridades vivenciales básicas entre sujeto y objeto, adentro y afuera”
La formación de la personalidad transcurre en una sucesión ordenada de fases o estadios de desarrollo. Este desarrollo está determinado por las estructuras arquetípicas del inconsciente colectivo, que son observables en términos objetivos. Por lo tanto, en cada una de las etapas de nuestra vida, se activan una serie de patrones arquetípicos que forman parte del inconsciente colectivo y que se van acomodando en nuestro inconsciente individual. Los estadios de desarrollo cumplen una temporalidad más o menos uniforme en todas las sociedades, y es importante tenerlos en cuenta para comprender cómo funciona nuestra psique, cuáles son sus pautas particulares y cómo se relacionan con las experiencias individuales de cada persona.
La mayor parte de nuestros complejos vienen dados por la comparación que establecemos entre lo que debería ser un arquetipo y lo que realmente nos encontramos en nuestra experiencia individual. Es decir, nuestra madre o nuestro padre no serían buenos o malos si no tuviéramos un patrón con el cual compararlos, un patrón arquetípico que emana del inconsciente colectivo.
Antes de comenzar con la explicación de cada uno de los estadios del desarrollo, definiremos de forma breve los dos arquetipos que simbolizan la primera de las polaridades en nuestra psique.
• Ego:
El ego es equiparable a la conciencia dual. Hace referencia a todo aquello que conocemos y que creemos conocer. Es el constructo psíquico a través del cual la persona se reconoce y es consciente de su propia identidad. El ego incluye tanto lo que reconocemos en nosotros como lo que identificamos proyectado en los demás. Por lo tanto, el ego es la parte de nuestra psique que nos hace experimentar la separación y la que genera y establece la dualidad.
• Self:
El Self es equiparable a la consciencia de unidad. Este arquetipo es un término inclusivo que conlleva la totalidad. Incluye la personalidad más profunda del individuo, el proceso de desarrollo e incluso el objetivo del proceso; todo ello envuelto en una sola entidad. El Self trasciende todas las limitaciones de la estructura creada por la conciencia.
“El Self no solo es el punto central, sino que además comprende la extensión de la consciencia y el inconsciente; es el centro de esta totalidad, así como el yo [ego] es el centro de la conciencia” (Jung, 1944, p. 57).
Los estadios del desarrollo representan las estructuras internas básicas a partir de las cuales los seres humanos pueden dar sentido a su mundo. Vemos, interpretamos y experimentamos nuestra relación con el mundo a partir de estos estadios. Cada nuevo estadio incluye el anterior y le añade algo nuevo. Si la nueva etapa no es capaz de avanzar de forma limpia y equilibrada, ciertos aspectos del nuevo estadio quedarán fijados en el anterior, dificultando poder alcanzar los niveles ideales del desarrollo.
Por ejemplo, si en nuestro proceso de desarrollo no realizamos la transición del arquetipo materno al paterno, podemos estar siempre bajo las necesidades emocionales de nuestra madre durante el resto de nuestra vida. Esto nos puede llevar a una no-diferenciación de esta figura y, con ello, posibles carencias en nuestro desarrollo. Los posibles efectos de este complejo pueden ser varios:
Una mujer puede polarizarse teniendo como única meta procrear; considera al hombre como un accesorio, un instrumento fundamental para la procreación y un objeto más que cuidar. Vive su vida a través de los otros y se vuelve totalmente dependiente de los hijos.
En otra polaridad podríamos ver la imagen típica de la madre ensalzada y celebrada en todas las fiestas, asociado con el amor maternal que representa uno de los recuerdos más conmovedores, pero a la vez, una madre excesivamente sobreprotectora, llena de polaridades, en la que se pueden conocer las dos caras de la moneda.
En el hombre, puede polarizarse en un padre ausente que no está por la familia y trabaja en exceso en busca de reconocimiento.
Pongamos otro ejemplo: imaginemos a una persona que no se permite conectar con las emociones y que siempre tiende a buscar soluciones desde el plano mental. Puede que, en un momento de su infancia, se quedara al cargo de la familia y necesitara de forma urgente «hacerse adulto». Esto, para un niño, supone saltarse ciertas etapas de su maduración emocional. Podemos entender que su solución pase por desconectarse de las emociones y no tener que encontrarse con su incapacidad para gestionarlas, lo cual, probablemente, le generará algún tipo de complejo.
En el cuadro que podemos observar a continuación se representa el esquema del desarrollo de la psique, inspirado en las investigaciones de Jung. En este tema, desarrollaremos la primera parte del cuadro hasta la crisis de la edad media, denominado proceso de individuación inconsciente. En el «Tema 5: Aspectos fundamentales del desarrollo (II)» finalizaremos el resto de las fases del desarrollo psíquico, el proceso de individuación consciente.
Entendemos por individuación el proceso de diferenciación psicológica cuya meta es el desarrollo de la personalidad individual […] en general. Es el proceso mediante el cual se forman y diferencian los seres individuales; en particular, es el desarrollo del individuo psicológico como un ser distinto de la psicología colectiva general (Sharp, 1994, p. 107).
Nacimiento y creación del ego
1. Nacimiento:
En la fase intrauterina, donde aún se está gestando el feto, la realidad del individuo no se ve interrumpida por las actividades de la conciencia que posteriormente emergerá. Aún no hay conciencia de individuo, simplemente es parte de un sistema mayor. En esa fase, nos hallamos inmersos en lo que se denomina el estado de identidad. Está caracterizado por la unidad inconsciente original, previa a la aparición de la dualidad y, por lo tanto, libre de la tensión que genera la aparición de los pares opuestos principales: la conciencia y el inconsciente. Todos los humanos nacen en este estado arcaico, fundidos en una unidad con el entorno a partir de la cual deben iniciar su proceso de crecimiento y desarrollo.
Este estado de identidad se prolonga hasta aproximadamente los nueve meses siguientes al nacimiento. Esta fase es equiparable al estado conocido desde los relatos bíblicos como el «Edén» de Adán y Eva, caracterizado por la conexión con un entorno de seguridad, realización y una sensación de omnipotencia. La pérdida de este «Edén» es una de las razones esgrimidas por Jung para explicar ciertas sensaciones de anhelo o desasosiego que puede experimentar una persona adulta en ciertos momentos de su vida; una añoranza de este estado de “despreocupación” en el que todas nuestras necesidades estaban cubiertas sin necesidad de hacer nada.
2. Infancia y niñez:
Al finalizar el primer año de vida, el niño empieza a adquirir cierta continuidad en su estado de conciencia y comienza a desarrollar el concepto de sí mismo corporal. Es decir, empieza a reconocerse como individuo, como un sujeto separado de su cuidador. El niño vive en un estado inconsciente, pero en algunas ocasiones va tomando conciencia de ciertas cosas que ocurren a su alrededor. Es como si despertara de forma esporádica y puntual de un estado continuo de trance. La conciencia va aumentando poco a poco y poniéndose al mando de su sistema psíquico. Su forma consciente de percibir y de percibirse va pasando de ser intermitente a hacerse cada vez más constante.
Análogamente, equivaldría a que los contenidos de su conciencia al principio se estructuran como islotes desconectados entre sí. Con el paso de los años, estos islotes se irán extendiendo por lapsos temporales cada vez mayores, conectando finalmente entre ellos y haciendo posible una cierta orientación del niño en el mundo externo. Esto quiere decir que la actividad de la mente consciente es cada vez más amplia y las fases en las que el niño funciona de manera inconsciente son cada vez más cortas.
“En los primeros años de la vida no existe ninguna memoria continuada. Existen, sí, todo lo más, islotes conscientes, como luces perdidas u objetos iluminados en la amplia noche” (Jung, 1931, p. 219,).
Fragmento de la película “Del revés: .Inside out”, de Pete Docter y Ronnie del Carmen.
Para facilitar la explicación anterior, recomendamos la visualización del fragmento de la película “Del revés: Inside out” incluido en el contenido multimedia de este tema:
Hasta los cuatro años de edad, el cerebro de los niños opera en frecuencias de ondas delta, una tipología de ondas que están asociadas con etapas de sueño profundo. Es decir, están funcionando a un nivel inconsciente. Por ello, asumen e integran la información que reciben de una manera prácticamente hipnótica y sin filtros. Esta es la razón por la cual los aprendizajes adquiridos en esta etapa son muy difíciles de desafiar y modificar. Representan su «verdad» a un nivel muy profundo.
Esta fase está representada por la conciencia matriarcal, caracterizada por un mundo definido por instintos, sentimientos y sensaciones, en el que no hay límites alrededor del «yo». La aparición de la palabra “yo” en el uso que el niño hace del lenguaje es una expresión directa de que una rudimentaria identidad personal ha comenzado a formarse. Tanto los individuos como las culturas tienen sus raíces en el arquetipo de la «madre», donde se personifica el principio femenino instintivo e inconsciente, en el que el grupo es más importante que el individuo y las identidades se delimitan dentro del grupo. El ego poco a poco va emergiendo y comienza a dar forma al arquetipo de la madre. Concretamente da forma al aspecto positivo de este arquetipo. La madre en esta fase representa la nutrición, la contención y la protección. Es importante destacar que el papel de la madre no tiene por qué corresponder a la madre biológica, sino a aquella persona que esté al cuidado del niño.
La persona y la sombra
Con el fin de consumar la creación de un ego consistente que permita al niño diferenciarse de la madre y crear una personalidad propia, en esta etapa entra en conflicto con la madre y comienza a percibirla como la «madre terrible», que tiene que ver con sus aspectos negativos, como por ejemplo la incapacidad para poder evadirse de ella y la generación del miedo. El hecho de percibir los aspectos que nos repelen de un arquetipo sucede en cada una de las fases evolutivas y es necesario para movernos al siguiente estadio. Esta dinámica es la que se conoce como ambivalencia del arquetipo.
Es tan importante el hecho de apegarnos y tener referentes estables en nuestras vidas como el hecho de poder soltarlos y no depender de ellos para nuestra estabilidad psíquica. La ambivalencia del arquetipo es un proceso adaptativo que ocurre de forma natural.
Esta fase es un proceso que prepara al psiquismo para proseguir con su crecimiento y adentrarse en el estadio patriarcal del desarrollo de la conciencia, donde tendrá especial relevancia el arquetipo «padre». Suele producirse entre los tres y los cinco años de edad, dependiendo del ritmo de maduración del niño. Este proceso es el que acabará de «llevar al mundo» al niño, desprendiéndose de la exclusividad de la relación con la madre. El arquetipo del padre representa, en nuestra sociedad, el paso a la predominancia de la colectividad o el grupo de referencia. Durante esta fase, el ego representa la totalidad de la personalidad y la conciencia permanece activa de forma continua. Esto significa el nacimiento psicológico del individuo. Con el fin de facilitar la adaptación social del niño, las vivencias que experimenta van conformando dos constructos psicológicos generados por el ego: la persona y la sombra.
• La «persona» se constituye como una «máscara social», una máscara que permite al niño adaptarse a la vida colectiva sin distorsionar la convivencia. Se construye como respuesta adaptativa a las normas familiares y sociales imperantes y conduce hacia la actualización de la capacidad del niño para comportarse tal como su entorno lo espera; más tarde, se convertirá en la parte o faceta de la personalidad que el individuo tiende a mostrar en las relaciones emocionalmente menos comprometidas que mantiene con otros individuos. La «persona» incluye lo que queremos mostrar y todo lo que queremos ser. Todos aquellos aspectos de la personalidad que no queremos ser son excluidos del ámbito de la «persona» y pasan al ámbito de la «sombra».
• Entendemos por «sombra» los aspectos que consideramos negativos y desadaptativos de nuestra personalidad. Contiene todas las inclinaciones, los deseos y los sentimientos cuya expresión, por diferentes razones, son desaprobadas por los cánones socioculturales existentes. La «sombra» incluye lo que queremos ocultar y todo lo que rechazamos en nosotros. Es la suma de todas aquellas cualidades que no se desean mostrar. Engloba, no obstante, también una serie de aspectos constructivos de la personalidad, como potencialidades y talentos creativos latentes, que no han sido actualizados. Dentro de la sombra encontramos tanto elementos conscientes como elementos que corresponden al inconsciente.
A lo largo de nuestra vida, nuestra sombra lucha por mostrarse, pero es reprimida continuamente por la persona. La sombra está formada por energía psíquica reprimida que se proyecta en el exterior, hacia otras personas. Hay muchas formas de alimentar la sombra, pero la más usual es la que conocemos como «luchar para ser bueno». Por este motivo, Jung afirmaba que prefería ser un individuo completo a ser una persona buena.
3. Adolescencia:
La adolescencia representa para el individuo la culminación de la formación del ego. La pubertad intensifica de forma temporal la influencia del inconsciente colectivo, en este caso alejado de los arquetipos padre y madre. Esta es una fase en la que lo principal será centrar nuestros esfuerzos en convertirnos en personas autónomas dentro de un sistema. En esta fase queda muy atrás la conexión con la totalidad de la psique y el ego es el centro psíquico del individuo.
La figura arquetípica del padre queda en un segundo lugar y da paso a las figuras arquetípicas del ánima o del ánimus. Las nociones del ánimus y ánima hacen referencia al elemento masculino que se encuentra en la mujer (ánimus), y al elemento femenino que se encuentra en el hombre (ánima). Esta fase pone en primer plano una de las tareas más relevantes en la primera mitad de nuestra vida: la elección de pareja.
Es interesante tomar conciencia de cómo finalmente el ego asume su papel como órgano central de la conciencia y se erige como portador definitivo de la personalidad total. En ese momento, olvida que su existencia está íntegramente ligada a la totalidad.
“La ruptura decisiva del estado de indiferenciación con el mundo de los contenidos psíquicos colectivos y, con ello, el paso hacia el mundo del ego individual ocurre solamente en la pubertad” (Adler, 1948, p. 28).
4. Adultez temprana:
Durante las fases de adolescencia y adultez temprana aparece la conciencia patriarcal, donde los individuos se separan y desarrollan un sentido de identidad individual a partir de la cual surge una estructura nueva con sus propias creencias. Los individuos en esta fase se caracterizan por la acción, la voluntad, el análisis, la lucha y la competición. En estas fases dejamos atrás a nuestros padres y nos focalizamos en diferenciarnos de los demás.
En la fase de adultez temprana, el individuo se centra en crear una familia y acceder a una posición social estable. En términos arquetípicos se refuerza el ego constituido hasta ahora, puesto que el mismo le ha permitido una adaptación a su entorno social. Llegados a este punto, la sensación generalizada es que el ego supone para nosotros una base estructural más o menos sólida que nos ha permitido atravesar multitud de experiencias y situaciones vitales. Todo ello hace que nos aferremos a nuestro ego y nuestra definición como individuo diferenciado.
No obstante, cuando se llega a los cuarenta años de edad, el desarrollo humano toma otra dirección. La persona ha estado simplemente viviendo sus experiencias y, ahora, empieza a reflexionar sobre ellas, así como del sentido de su propia existencia. Este hecho suele despertar en nuestro interior una sensación de vacío existencial y de falta de propósito en la vida. Esta sensación supone la entrada a la siguiente fase: la crisis de la edad media.
En esta etapa, podemos observar como durante la primera mitad de la vida se establece una relación inconsciente entre el ego y el inconsciente colectivo, que va poco a poco conformando una personalidad totalmente influenciada por el entorno social y familiar. Nuestro desarrollo psíquico depende en gran medida de aquello que tanto la figura materna como la figura arquetípica paterna además del inconsciente social y familiar vayan pautando. Podemos decir que en la primera fase de nuestras vidas se produce un proceso de individuación inconsciente, es decir, una construcción de nuestra personalidad que poco a poco nos va desconectando de la totalidad, del «sí mismo» o self. Sin embargo, en la segunda mitad de nuestras vidas se realiza el proceso contrario. Es como deshacer el camino andado para volver al lugar de origen, a la totalidad de nuestra personalidad. A este proceso lo conocemos como individuación consciente.
Llegado a este punto del trayecto, la gran mayoría de los seres humanos se contentan con permanecer apegados a la seguridad que las convenciones y creencias compartidas por una colectividad o un grupo de referencia representan. Jung (1928) agrega que la individuación consciente se activará solo en aquellos individuos que presentan, por algún motivo, un impulso hacia la diferenciación de un grado de consciencia más elevado, pero no deja de señalar que “no está reservada para individuos especialmente dotados. En otras palabras, para atravesar un desarrollo psicológico de amplio alcance no se requiere ni una inteligencia sobresaliente ni algún otro talento puesto que, en este desarrollo, cualidades morales pueden compensar deficiencias intelectuales”
Es importante destacar que, para desarrollar un ego plenamente equilibrado, es necesario desarrollar una identidad diferenciada de nuestros padres. Cuando las necesidades profundas de la infancia quedan insatisfechas, seguimos arrastrando a nivel psicológico aspectos de nuestro padre o de nuestra madre. Por ejemplo: si un niño no recibe atención de su madre o padre porque están muy ocupados, una vez sea adulto seguirá buscando llenar esas necesidades a través de sus relaciones, lo cual probablemente le convierta en dependiente emocional.
A continuación, nos centraremos en aprender cómo los mecanismos de proyección y la interpretación de las polaridades son fundamentales para ir recuperando aquellas partes de nosotros que hemos ido rechazando con la finalidad de adaptarnos al inconsciente colectivo y social
Para poder integrar mejor los conceptos sobre las etapas del desarrollo, sugerimos la visualización de este vídeo de Enric Corbera.
La proyección
“Lo que has de decir, antes que a otro, dítelo a ti mismo” (Lucio Anneo Séneca).
En la medida en la que el ego (conciencia) se va haciendo cada vez más estable y autónomo y se va diferenciando del Self, aumenta la capacidad de proyectar fuera todos los contenidos que forman parte de nuestro inconsciente.
La proyección es el mecanismo que nos permite mantener una conexión con estos contenidos psíquicos sin necesidad de identificarnos con ellos. De este modo, la proyección nos permite adaptarnos al inconsciente familiar y social y ocupar el lugar que nos corresponde para favorecer nuestra supervivencia.
El ser humano utiliza la proyección para situar fuera de sí aquellos aspectos que siempre han formado parte de él pero que permanecen rechazados e inconscientes al percibir el propio “yo”. Todo aquello que, por una razón u otra, creemos «no tener» o «no ser», debe volver a nosotros. Llegado el momento en el que la conciencia nos permita hacernos cargo de ello, el siguiente paso será “recuperar” e integrar nuestras proyecciones. 37
Esto significa llegar a ser consciente del contenido proyectado, para llegar a un acuerdo con él dentro de nosotros mismos, y tal vez llevarlo a buen término en nuestra vida exterior de manera que podamos completarnos y volver a la unidad. La proyección nos permite volver del yo individual y separado del mundo, al Self colectivo y unitario.
“Marie-Luise von Franz nos recuerda que si no podemos proyectar tampoco podemos conectar con el mundo. En ocasiones las mujeres se quejan de que los hombres suelen proyectar sus aspectos femeninos ideales sobre una mujer. Pero si no lo hicieran, ¿como podría abandonar la casa materna o su habitación de estudiante? El problema no radica tanto en el hecho de proyectar sino en el tiempo que permanecemos proyectando” (Connie & Abrams, 1996, p. 47).
Durante el proceso de proyectar fuera todos los contenidos que forman parte de mi inconsciente, puedo sentir que no poseo una cualidad que yo considero «positiva» y me gustaría tener. Y entonces creo verla o conocerla en otra persona, aunque la palabra correcta es «reconocerla». En realidad, sale de mí como de un proyector; es imposible ver algo que no exista previamente en mí. Esto funcionará como una energía que me atraerá hacia esa persona, aparentemente sin saber por qué, de forma inconsciente, mientras mi parte consciente, en un intento de justificarla, intentará ponerle un nombre: amor, enamoramiento, tener feeling, estar en la misma onda, entre otras muchas expresiones.
También, en contraposición, puedo sentir que no poseo una cualidad juzgada como negativa, algo que nunca me permitiré ser pero que realmente está en mí. Eso va a funcionar como una energía en sentido contrario, que me aleja inconscientemente de esa persona, mientras mi consciente le llama: odio, incompatibilidad o falta de feeling.
La Química nos habla de una ley universal por la cual una partícula con carga negativa se siente atraída por otra partícula con carga positiva. Análogamente, una persona que cree tener una carencia concreta —por ejemplo, no ser capaz de expresar lo que en realidad siente—, se sentirá atraída por otra persona que percibe que tiene esa cualidad, por el deseo inconsciente de «completarse». A su vez, una partícula con carga negativa siente repulsión por otra partícula de la misma carga. Por ejemplo, una persona que no se permite mostrar su agresividad —aunque en realidad la tiene, está oculta en su sombra— solo es consciente de esa característica cuando esta aparece en otra persona. De esta forma, cuando se encuentra con una persona con una actitud agresiva, la censura y se horroriza de que alguien pueda ser así. Para la Bioneuroemoción, el fenómeno de la polaridad puede verse representado en todos los niveles que conforman nuestra realidad y extrapolarse a la dinámica de las relaciones humanas.
4.5. El ego y la proyección
Para poder darse cuenta de la dinámica de la proyección y que el contenido proyectado sea integrado a la conciencia, es fundamental que el ego esté dispuesto a participar en este proceso. Según Carl Gustav Jung, hace falta que ambos aparatos psíquicos se hayan desarrollado por completo. Solo entonces puede surgir la intención de unificar estos dos aspectos de la personalidad: consciente e inconsciente. Es fundamental recordar que el ego ha decidido en un momento de nuestras vidas mantener alejadas estas proyecciones por alguna razón. Por este motivo, decimos que es importante no excluir ni juzgar ninguna parte de nosotros, ya que la integración es la clave de la trascendencia. Los aspectos de nuestra personalidad que nos generan más dificultades han sido desarrollados con un sentido de adaptación que, en muchas ocasiones, somos incapaces de percibir y que se escapan de nuestra comprensión.
con la finalidad de acomodarse al medio. El ego se estructura y genera una identidad específica que le permite adaptarse a las circunstancias. Esta es justamente la razón por la que cualquier cambio nos produce miedo. Las creencias y los patrones de conducta que hemos realizado hasta ahora, por muchos inconvenientes que nos pueda parecer que tienen, son los que conocemos y nos han permitido sobrevivir. Soltarlos supone pasar a un estado de incertidumbre en el que no nos sentimos cómodos. Supone, a un nivel inconsciente, jugarnos la vida.
Cuando nos acercamos a la mediana edad, nuestro ego puede presentarse excesivamente polarizado. Dependiendo de nuestro desarrollo y de la influencia del sistema familiar y social en nuestras vidas, podemos encontrarnos con un ego:
• Disuelto en el inconsciente colectivo. En este grupo encontramos a las personas con una individualidad subdesarrollada. Una personalidad disuelta en el inconsciente colectivo y familiar que han acabado renunciando a parte de su crecimiento personal en beneficio del sistema. Este puede ser el caso, por ejemplo, de alguien que nunca se atreve a tomar decisiones por miedo a molestar a los demás.
• Desconectado del inconsciente colectivo. Se trata de individuos con una adaptación colectiva atrofiada. Son personas que tienen como base de su sistema de creencias mirar solo por ellos mismos y dejan de lado las necesidades de su sistema familiar o de su colectivo.
En cualquier caso, las proyecciones servirán a ambos grupos para encontrar el equilibrio que nos proporcionará la estabilidad emocional. Cada individuo encontrará en aquello que juzga o en aquello que le atrae, el siguiente paso para completarse y ampliar su estado de conciencia.
“El lugar donde se halla aquello que nos molesta en exceso, aquello que nos da miedo o aquello que nos emociona profundamente, es el lugar adecuado para ampliar nuestra conciencia.”
EJERCICIO: DISUELTO O DESCONECTADO DEL INCONSCIENTE COLECTIVO
Recordemos que el proceso de individuación consiste en diferenciarse del colectivo para poder volver a él construido con una identidad individual. ¿En qué lugar te encuentras de este proceso?
Disuelto en el inconsciente colectivo:
¿Necesitas tener la aprobación de los demás para tomar decisiones?
¿Hay algo que no haces porque piensas que molestas a los demás?
¿Qué querrías hacer y no te permites?
¿Realizas actividades por tu entorno antes de que alguien te las pida?
¿Qué ocurriría si decidieras algo que va en contra de la opinión de tu entorno?
¿Qué conclusiones puedes extraer de tus respuestas?
Desconectado del inconsciente colectivo:
¿En quién te gustaría apoyarte de forma sincera pero no te lo permites?
¿Qué o quién te impide hacerlo? ¿Qué haces en ese tipo de situaciones?
¿Qué parte perderías de ti si te abrieras a la opinión o confiabilidad de los demás?
¿Qué obtendrías si te abrieras a la confiabilidad y opinión de los demás?
¿De qué tienes miedo? ¿Tu miedo está basado en alguna experiencia anterior?
¿Qué conclusiones puedes extraer de tus respuestas?
LAS POLARIDADES
Introducción
“No puede haber una transformación de la oscuridad a la luz y de la apatía al movimiento sin emociones” (Carl Gustav Jung).
La idea de “polaridad” resume la situación que se produce cuando nos encontramos frente a opciones que consideramos excluyentes. El principio de la polaridad describe que todo lo manifestado tiene dos aspectos: un par de opuestos con innumerables grados entre ambos extremos.
Tal y como hemos aprendido en el Tema 1, la conciencia de unidad constituye la naturaleza de todos los seres. Sin embargo, vamos limitando progresivamente nuestro mundo y nos apartamos de nuestra verdadera naturaleza al establecer «fronteras». Entonces nuestra conciencia, originariamente pura y unitiva, funciona en diversos niveles, con diferentes identidades y límites distintos. Estos niveles son básicamente las múltiples maneras en que podemos responder a la pregunta básica: ¿quién soy? Cuando uno describe quién es, lo que en realidad está haciendo es trazar una línea o frontera mental. Todo lo que queda dentro de ese límite lo percibe como lo que es, mientras siente que todo lo que está fuera del límite queda excluido de su identidad, constituyendo de este modo todo lo que «no soy yo».
Sobre la base del inconsciente colectivo construimos nuestra conciencia individual, que corresponde a las diferentes demarcaciones que vamos generando en nuestra experiencia para distinguir lo que pertenece a nuestra identidad y lo que no. A su vez, el mundo en el que vivimos, dominado por el ego, se encarga de reforzar dichas limitaciones. Nuestra identidad depende total y exclusivamente del lugar por donde tracemos dicha frontera.
Esta línea divisoria puede desplazarse a lo largo de nuestra vida. Así, cuando el ser se identifica con un todo único y armonioso, ya no hay dentro ni fuera, ya no hay dónde trazar la línea y se recupera la conciencia de unidad. La conciencia de unidad implica la comprensión de la realidad sin separaciones ni fronteras. Cuando la mente se encuentra en este estado, la persona no es capaz de diferenciar el «yo» del «tú», el exterior del interior, el bien del mal. No separa el pasado del futuro y todos los acontecimientos confluyen en un eterno presente, comprendiendo que las polaridades van siempre unidas.
La polaridad en el plano físico, mental y emocional
“Cuanto más firmes son nuestras fronteras, más encarnizadas son nuestras batallas. Cuanto más me aferro al placer, más temo —necesariamente— al dolor. Cuanto más voy en pos del bien, tanto más me obsesiona el mal. Cuantos más éxitos busco, mayor será mi terror al fracaso. Cuanto mayor sea el afán con que me aferro a la vida, más aterradora me parecerá la muerte. Cuanto mayor sea el valor que asigne a una cosa, más me obsesionará su pérdida. En otras palabras, la mayoría de nuestros problemas lo son de demarcaciones y de los opuestos que estas crean” (Wilber, 1985, p. 32).
Vivimos en un mundo de conflictos y problemas, intentando continuamente eliminar a nuestro «enemigo». Creemos que resolver nuestros problemas es sinónimo de erradicar uno de los opuestos y que seríamos felices si pudiéramos eliminar los polos «negativos» y nos quedáramos solo con los polos «positivos». Sin embargo, este supuesto es erróneo; lo positivo solo se define en función de lo negativo.
Para crear la materia, se necesitan elementos positivos y negativos. Si nos fijamos en el plano físico, nos damos cuenta que el calor y el frío son de la misma naturaleza y su diferencia consiste en una simple cuestión de grados.45
Las mismas palabras «arriba» y «abajo» no son más que polos del mismo aspecto. Sucede igual con el Este y el Oeste, la luz y la oscuridad, Oriente y Occidente. Andar o respirar, por ejemplo, se produce gracias al equilibrio rítmico de dos acciones aparentemente opuestas. Si destruimos el polo negativo de un enchufe, nunca obtendremos luz. El polo positivo y el negativo son dos caras de una misma moneda y pertenecen a una misma unidad. No son conceptos distintos, sino dos facetas del mismo concepto. El universo siempre tiende al equilibrio y es precisamente esta continua tendencia la que genera el movimiento, es decir, la energía que provocan entre sí la resistencia de los complementarios.
“Según la Gestalt, jamás aprehendemos ningún objeto, acontecimiento o figura a no ser que exista una relación con un fondo que sirva de contraste. Por ejemplo, algo que llamamos claro es, en realidad, una figura que destaca con respecto a un fondo oscuro. Cuando en una noche oscura levanto los ojos al cielo y percibo el brillo de una estrella, lo que en realidad estoy viendo no es la estrella por separado sino la totalidad del campo, la estrella junto con el fondo oscuro. Por más drástico que sea el contraste entre el brillo de la estrella y su fondo de oscuridad, lo importante es que sin cada uno de ellos jamás se podría percibir el otro. Luz y oscuridad son, pues, dos aspectos correlativos de una única estructura sensorial”. (Wilber, 1985, p. 42-43).
Lo mismo sucede en el plano mental y emocional. El amor y el odio son considerados diametralmente opuestos, completamente diferentes e irreconciliables. Si los observamos desde el principio de polaridad, nos daremos cuenta que no existe un amor absoluto o un odio absoluto. Hay muchos grados de amor y de odio y existe también un punto intermedio donde se mezclan de tal forma que es imposible distinguirlos. Lo mismo podríamos decir del valor y la cobardía o de la introversión y la extroversión. El ego y el Self, el consciente y el inconsciente, el nacimiento y la muerte, todos ellos son constructos opuestos que permiten el desarrollo de nuestra existencia. Cuando vivimos una situación cualquiera, esta no es más que una experiencia. Vivir es transitar a través de las polaridades. El problema reside en nuestra percepción, que hace que en un momento
dado nos posicionemos: hacemos juicios sobre ellas, nos identificamos más con una u otra o pensamos que una es correcta y la otra es un error. Cuando el posicionamiento que tomamos es excesivo, ampliamos la distancia entre los dos polos y generamos un desequilibrio. Este desequilibrio es justamente el que nos lleva a experimentar ciertas situaciones como desagradables o negativas. Cualquier experiencia vivida desde el posicionamiento excesivo quedará anclada en nuestra biología y grabada en nuestro inconsciente personal. A su vez, esta seguirá reforzándose mientras sigamos percibiendo otras situaciones parecidas desde el mismo posicionamiento.
Por ejemplo, alguien que opina que la generosidad es adecuada y correcta y que el egoísmo —su polo opuesto— es negativo y perjudicial, si no es capaz de equilibrar estas polaridades es posible que, por ejemplo, acabe viviendo una vida en la cual prioriza cumplir con las necesidades de todos los demás antes que las suyas propias. Además, al ser el egoísmo una parte de su sombra, es muy probable que sea algo que le moleste excesivamente en los demás.
En el momento en el que entienda la función de cada uno de esos posicionamientos —los beneficios que conllevan tanto la generosidad como el egoísmo— podrá usarlos cuando el contexto lo requiera, no de una forma ciega y dogmática, sino desde la flexibilidad y la adaptación a su entorno particular. Al integrar las polaridades podemos experimentar otra realidad que no está definida por nuestro posicionamiento, sino por una decisión libre de condiciones. Cada vez que volvemos a experimentar una situación parecida es una oportunidad para poder cambiar la forma de percibirla. Mantenerse en una de las dos polaridades responde a un exceso y es importante observar si nos conviene seguir posicionándonos o encontrar una alternativa que equilibre los opuestos.
La psique se organiza en polaridades o pares de opuestos. Un sesgo hacia un polo tiende a ser compensado por su contrario. El proceso de individuación y de la vida psíquica, en general, se basa tanto en las tensiones entre fuerzas antagónicas como en la compensación de los desequilibrios que se derivan de ellas. El inconsciente con su orientación constructiva hacia la totalidad se esfuerza por compensar, esto es, para traer ciertos desequilibrios en la psique en equilibrio.
La teoría del doble vínculo de Gregory Bateson
Gregory Bateson fue un antropólogo, científico social, lingüista y cibernético cuyo trabajo tuvo repercusión en muchos campos intelectuales. Perteneció a la Escuela de Palo Alto y junto a sus colaboradores, fue pionero en el desarrollo de las terapias familiares y sistémicas.
En ocasiones percibimos el mundo como polaridades irreconciliables. No tenemos integrado que aquello que percibimos como polar son facetas naturales que dan vida a los elementos que experimentamos. Uno de los efectos de este «error» de percepción tiene lugar a través de la comunicación. Desde edades muy tempranas, escuchamos distintos mensajes provenientes de figuras de autoridad. Dado que en los estadios más prematuros del desarrollo nuestro grado de influenciabilidad y aprendizaje son máximos, puede suceder que recibamos al mismo tiempo mensajes que, en principio, parecen completamente incompatibles.
Para referirse a este fenómeno, Bateson (1956) plantea la Teoría del Doble Vínculo. Dicha teoría hace referencia a la confusión que le acarrea a una persona tener que vérselas con la dificultad de discriminar entre dos mensajes contradictorios entre sí y la imposibilidad de comunicar acerca de tal contradicción. De ello se deriva que los dobles vínculos no son tan solo instrucciones contradictorias, sino verdaderas paradojas. Ejemplos simples serían decir “juzgar es negativo” —en este caso, hay un juicio al juicio, por lo tanto, se está realizando aquello que se niega— o “no se puede generalizar”, transmitiendo a través de una generalización lo inadecuado que resulta generalizar.
La dificultad se origina cuando un individuo crece en un ambiente emocional donde dichas paradojas suponen un conflicto grave de intereses. Supongamos una madre que dice amar a su hijo mientras lo maltrata sistemáticamente, un padre que le exige respeto mientras humilla a la familia o incluso cuando cada uno de los progenitores da mensajes
contradictorios (la madre diciendo “¡no estudias nada!”, mientras que el padre dice “tienes que salir más y hacer amigos”). Esto crea un sentimiento de frustración y parálisis en el individuo ya que siente que haga lo que haga será erróneo. En este tipo de situaciones no hay opción buena. La aparente incompatibilidad entre dichas polaridades hace que la persona tenga la sensación de que no puede alcanzar simultáneamente los objetivos que pretende cada una de esas partes. Se trata siempre de creencias sobre conductas mutuamente excluyentes, al menos aparentemente. Esta forma de conflicto intrapersonal se produce cuando diversos aspectos o partes de una persona guían comportamientos que son excluyentes.
Un ejemplo de dobles mensajes podría ser:
“Tener pareja es perder la libertad, pero no tenerla supone vivir en soledad”.
En este ejemplo encontramos dos creencias:
1-Tener pareja es perder la libertad
2-No tener pareja supone vivir en soledad
La persona se ve en el dilema de tener que elegir entre una y otra creencia pensando que no tiene otra opción ya que una excluye a la otra: “si escojo tener pareja, no soy libre. Si escojo no tener pareja, tendré que vivir en soledad. Para poder desbloquear la paradoja, sería necesario entender que existen otras opciones viables y encontrar una tercera opción más flexible.
Otro ejemplo podría ser:
“Comer lo que quiera hace que engorde y deje de ser atractivo, pero no comer lo que quiero supone estar toda la vida reprimiéndome”.
Según Bateson, este tipo de ambientes llevados al extremo podría ser uno de los factores que influirían en el desarrollo de trastornos mentales como la esquizofrenia, que literalmente significa «mente partida». Podemos observar como incluso en la etimología de la palabra hay una referencia a dos partes no integradas de la psique. En mayor o menor medida, todos podemos experimentar algunas polaridades no integradas, algunos mensajes contradictorios simultáneos que nos provocan ansiedad y malestar. Tomar conciencia de ellos sería el primer paso para poder verlos con otra perspectiva, desde otro ángulo más flexible que nos permita observar aquello que hasta entonces nos parecía irreconciliable.
EJERCICIO: POLARIDADES IRRECONCILIABLES EN NUESTROS PADRES:
Escoge una situación de tu infancia en la que puedas reconocer mensajes contradictorios sobre comportamientos de tus padres. Por ejemplo: Uno es muy autoritario y me exige que estudie mucho y el otro es más permisivo y me deja hacer lo que quiero.
Identifica y describe qué hace tu padre y etiqueta su comportamiento.
Identifica y describe qué hace tu madre y etiqueta su comportamiento complementario al de tu padre.
Ahora observa estos dos comportamientos que se complementan y reflexiona.
¿Te sientes más identificado con el rol de tu padre o con el de tu madre?, ¿dónde resuenan estos comportamientos en tu vida actual? Quizás puedas verlo en cómo te relacionas con tu pareja o exparejas, con el sexo contrario, con amistades o en ambientes laborales. ¿En qué aspectos de tu vida actual ves reflejadas estas polaridades?, ¿qué otra posibilidad puedes encontrar para equilibrarlas y trascenderlas?
En los distintos sistemas sociales donde nos desarrollamos, cada persona cumple una función determinada. Quizás nos hayamos dado cuenta de que en casi todos los grupos de amigos normalmente hay ciertos roles «asignados»: uno un poco más atrevido, otro tiene una función más protectora y otro más gracioso, entre otros. Lo mismo sucede en la familia; cada miembro del clan ejerce un rol específico que ayuda a equilibrar el sistema, con cada nueva incorporación se van llenando los vacíos para compensar al resto. En el ámbito de la química, el proceso de compensación del sistema se conoce como homeostasis. Al igual que sucede en la química, las personas tendemos a bascularnos para ayudar al equilibrio total de un sistema social mayor.
Nuestra forma de ser y de comportarnos está completamente influenciada por las necesidades de nuestro entorno. Al mismo tiempo, dicho entorno será un reflejo de la polaridad que necesitamos integrar para equilibrar nuestro sistema interior. Es por ello que, conociendo el ambiente emocional de un individuo, podemos obtener una gran cantidad de información sobre aspectos de su personalidad.
¿Alguna vez, a raíz de un cambio personal, has experimentado que no encajas en un lugar donde antes convivías con naturalidad? Esta es una de las señales que nos indican que algo ha cambiado en nuestra información (en este punto, cabe recordar la analogía del mito de la caverna. De hecho, cuando esto sucede, empezamos a conocer personas distintas con la que estrechamos lazos, personas que se equilibran y se ajustan a nuestra nueva información. Por eso decimos que nos agrupamos por resonancias y que las personas que nos rodean nos ayudan a conocernos. Debemos tomar conciencia de que estos cambios en el entorno social son naturales y forman parte de nuestro proceso individual de desarrollo.
En el momento de elegir una persona como pareja, es muy importante entender que todo aquello que vemos en esa persona también habla de nosotros. El objetivo primordial cuando nos emparejamos es conseguir de esa persona aquello que queremos desarrollar de nosotros mismos. Lo que admiramos se asocia de forma natural con aquello que pensamos que carecemos. Reflexionemos un momento en aquello que nos enamoró de alguna pareja que hayamos tenido, y en el estado emocional en el que nos encontrábamos cuando se produjo esta atracción; ¿para qué necesitabas esa cualidad que tanto apreciabas en esa persona?
Este hecho es natural y biológico. La dificultad aparece cuando nos olvidamos de desarrollar las mismas cualidades que tanto apreciamos en nosotros mismos y no comprendemos que aquello que valoro es en realidad lo que no me permito ser. Es entonces cuando, paulatinamente, todo aquello que me encantaba va tornándose en aquello que más me molesta de esa persona. Por ejemplo, de ver a alguien sensible comenzamos a verlo débil; de percibir una persona locuaz pasamos a verla pesada; de alguien extrovertido y social empezamos a juzgar que hable con cualquiera. Todas esas características han permanecido en nuestra sombra y nos castigamos a través del otro por nuestra inoperancia.
Trascendencia: la integración de las polaridades
En Bioneuroemoción se plantea la transcendencia como la integración de los opuestos. Es el exceso de polarización lo que produce el conflicto, ya que la persona no puede encontrar su propio centro. Al salir de la dualidad, al reunificar las polaridades, podemos experimentar otra realidad, que no está definida por nuestro posicionamiento sino por una decisión libre de condicionantes.
Socialmente existe la falsa ilusión de percibir tan solo una de estas polaridades, obviando la que inevitable y naturalmente le acompaña. Esta incoherencia acaba manifestándose en forma de sufrimiento en el momento en el que una de esas polaridades, la olvidada, la que hemos categorizado como negativa, en un momento determinado sale a la superficie y no sabemos cómo gestionarla. Entonces la tomamos como un castigo o una desgracia que nos acaece en lugar de tomarlo como un complemento imprescindible de aquello que habíamos disfrutado hasta el momento. Comprender que las dos pertenecen a la misma naturaleza, que se necesitan entre sí y que necesitamos experimentar ambas para que signifiquen algo en nuestras vidas es el secreto de la trascendencia.
“La angustiosa realidad es que la vida cotidiana del ser humano se halla atrapada en un complejo inexorable de opuestos: día y noche, nacimiento y muerte, felicidad y desdicha, bien y mal. Ni siquiera estamos seguros de que uno de ellos pueda subsistir sin el otro, de que el bien pueda superar al mal o la alegría derrotar al sufrimiento. La vida es un continuo campo de batalla. Siempre lo ha sido y siempre lo será. Si no fuera así nuestra existencia llegaría a su fin” (Connie & Abrams, 1996, p. 230).
“Existe un relato taoísta que transmite claramente la interrelación existente entre los opuestos: Cuando a un granjero se le escapó su caballo, su vecino se compadeció de él, pero la única respuesta que recibió fue: “¿quién sabe lo que es bueno y lo que es malo?” Al día siguiente, el caballo regresó con una manada de caballos salvajes a los que se había unido. En esta ocasión el vecino le felicitó por su inesperada suerte, pero la respuesta fue la misma que antes: “¿quién sabe lo que es bueno y lo que es malo?” También en esta ocasión nuestro granjero acertó porque, al día siguiente, su hijo se rompió una pierna al tratar de montar uno de los caballos salvajes. El vecino le mostró ahora su condolencia y, por tercera vez, escuchó la misma respuesta. “¿Quién sabe lo que es bueno y lo que es malo?”. Una vez más, sus palabras fueron acertadas porque al amanecer llegaron los soldados reclutando gente para el ejército y su hijo se salvó a causa de su lesión” (Connie & Abrams, 1996, p. 357).
La mayoría de las personas que acaban una formación o finalizan una sesión de Bioneuroemoción se preguntan: ¿cómo debo hacer para integrar esto en mi vida, ¿qué debo de hacer para llevar a la práctica este aprendizaje, esta toma de conciencia? Piensan que llevar a cabo unas acciones en concreto los llevará a un resultado diferente. No se trata de hacer nada concreto, sino de esperar que la vida traiga de nuevo el tipo de experiencias en las que hasta ahora nos posicionábamos en exceso para poder percibirlas —y por ende experimentarlas— de una forma más saludable y equilibrada. Por lo tanto, se trata más de deshacer que de hacer algo concreto. Por suerte o por desgracia, no hay una fórmula matemática para actuar en función de aquellos resultados que queremos conseguir. Cada persona tiene su recorrido vital de aprendizaje propio y particular.
Te recomendamos este video sobre cómo Integrar las Polaridades, de Enric Corbera
3. La rueda de la vida
La rueda de la vida es una de las técnicas más eficaces para conocernos a nosotros mismos y corregir aquellas áreas de nuestra vida con las que no estamos contentos. Realizar este ejercicio no lleva más de 20 minutos y su funcionamiento es muy simple. Su eficacia es tal, que incluso los expertos en desarrollo personal utilizan esta técnica.
Esta técnica nos ayuda a saber cuáles son nuestros deseos y necesidades, que muchas veces quedan ocultos por la exigencias sociales. Por tanto, es una forma de empoderarnos frente a la vida, de plasmar en un papel lo que realmente queremos y lo que es importante para nosotros. Así podemos tener una visión clara más clara de hacia dónde queremos ir, desde fuera de nuestra cabeza.
Para realizar este ejercicio, necesitamos una hoja de papel que contenga un círculo para que podamos poner qué áreas de nuestra vida son importantes para nosotros y queremos trabajar. Por ejemplo, trabajo, amistades, pareja, familia, ocio… Después, es necesario evaluar cada variable con una puntuación que muestre nuestra preferencia. Por ejemplo, si el trabajo es lo más importante, pondremos el número “1”. Una vez tengamos claro el orden de preferencia, es necesario anotar diferentes acciones para mejorar nuestra vida.
4. Meditación vipassana
Existen diferentes tipos de meditación, y aunque muchas personas piensen que esta técnica solamente sirve para calmarnos, algunas de estas prácticas meditativas son realmente útiles para mejorar la Inteligencia Emocional. Una de las más conocidas es la meditación vipassana. De hecho, vipassana es un término del idioma Pali que significa “observación” o “visión clara”.
La meditación vipassana pone énfasis en la conciencia y la atención en la respiración, focalizando la mente en el aire que entra y sale por la nariz. Cuando la mente comienza a rumiar, es necesario etiquetar los pensamientos y las emociones, observarlos y dejarlos ir, aceptándolos.